Generaciones unidas por la vid

La bodega es como un hijo al que hemos criado con dedicación. Juntos hemos aprendido el valor de la paciencia, el arte del trabajo bien hecho y el profundo respeto por la tierra.

Ana María Romero de Ávila
Ana, su hija mayor, es hoy quien afronta el relevo generacional. Desde pequeña tuvo claro que quería formar parte del proyecto, con una clara proyección internacional.
Estudió comercio exterior en Madrid, trabajó en Polonia y Estados Unidos, y más tarde cursó un Máster de Negocios en Canadá. A lo largo de su camino, entendió que el vino no solo se disfruta, sino que se comparte, se cuenta y se vive.
Esa visión la impulsa a abrir nuevas puertas, conectando nuestra historia con quienes buscan experiencias auténticas alrededor del vino. Unir culturas a través del vino forma parte de su ambición.
Creo que uno de los logros más importantes del mundo del vino es cómo une a las personas, ya sea para reunirnos alrededor de una botella, alargar la sobremesa, o descubrir que, más allá de los idiomas, el vino habla un lenguaje universal de unión y disfrute.
Antonio Romero de Ávila
A su juventud y ganas por mantener la tradición familiar, se une su serenidad y determinación.
Antonio toma el testigo de su padre en el área técnica. Graduado en Ingeniería Alimentaria y especializado en Viticultura y Enología, ha trabajado en bodegas de Europa y América. Ha experimentado el comportamiento de diversas variedades, explorando cómo cada una expresa la identidad del territorio.
Con una visión más amplia de la vid y el vino, busca equilibrar innovación y respeto por el entorno mientras continúa con entusiasmo su legado.
La experiencia de todas las generaciones que han trabajado estos viñedos, el saber hacer y las vivencias personales guardadas en nuestro recuerdo, han creado un legado que vale la pena mantener.
